El pastoralismo es una práctica de cría ancestral que se basa en la explotación de pastos de montañas y altiplanos para garantizar la alimentación de los rebaños, sin recurrir únicamente a cereales o complementos. Más que una costumbre, un compromiso…
Siempre recordaré mi primer encuentro con Emmanuel Lafaye. Fui a visitarle a la granja donde vive con su pareja, horticultora, no lejos de Arlés, en el sureste de Francia. Durante este primer encuentro, el pastor, con diminutas gafas clavadas en la nariz y compostura de gentleman farmer, apenas abrió la boca. Más tarde, me confió que odiaba la ciudad y prefería la compañía de su ganado a la de los hombres. Así, cada año, incansablemente, espera a poder «subir allí arriba» con su rebaño de ovejas de carne. Tan pronto como los días se calientan y las temperaturas suben, las hierbas y las gramíneas se secan en la llanura. Entonces, Emmanuel cruza el macizo de Luberon y conduce a sus merinas de Arlés hasta los pastos de verano del macizo de Dévoluy, situado en Altos Alpes, un departamento de la región de Provenza-Alpes-Costa Azul. Allí se queda pastoreando su rebaño de mayo a octubre. «A medida que el verano aprieta, debemos subir más alto para encontrar hierba fresca. En el macizo de Dévoluy, por encima de los 1800 metros, los pastos de montaña son terrenos que alquilamos al municipio. Su historia está íntimamente ligada a la de la agricultura. Empiezan donde, antiguamente, no era posible cultivar». El pastoreo de verano y los pastos de montañas y altiplanos proporcionan un sustento a 60 000 explotaciones, es decir, el 18 % de las ganaderías francesas (vacas, ovejas, cabras y caballos) y el 22 % del número total de animales.
Parecido es el caso de Maina Chassevent, de unos treinta años. Acompañada de sus ovejas vasco-bearnesas, alterna cada seis meses el pastoreo de montaña en verano, a 1500 metros de altitud, y las granjas vascas de los valles en invierno. «La veranada es la única época en que me encuentro en un lugar fijo. De mayo a octubre vivo en un refugio de pastor, una casita de piedra accesible por carretera». En cualquier parte del mundo, el pastoralismo es la principal fuente de ingresos agrarios en zonas áridas, frías y montañosas. La relación entre el hombre, los animales y la naturaleza es la piedra angular de este sistema de cría. Se basa en razas animales adaptadas al medio, con un buen equilibrio entre rusticidad y domesticidad, y en la complementariedad de los pastos de verano para satisfacer las necesidades de un rebaño en producción, preservando la calidad y riqueza de estos entornos y recursos. «La naturaleza odia el vacío, y el pastoralismo ayuda a mantener de forma natural las áreas de difícil acceso. Como estamos presentes buena parte del año, tratamos de obtener una vegetación bastante corta, con hierbas finas y flores. Estoy bastante segura de que las ovejas tienen un impacto positivo en la biodiversidad. La trashumancia mantiene la relación del hombre con la naturaleza y es una necesidad a la hora de alimentar al ganado de manera autosuficiente. Si no subiera a los pastos de montaña, tendría que alimentar a mi rebaño con cereales parte del año, algo que me niego a hacer», concluye Emmanuel con voz firme y decidida, dispuesto a subir más alto para volver a su cabaña… Un camino que bien merece la pena.
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