La región de producción de espumosos más famosa no se libra de este fenómeno climático. ¿Cómo combatir sus consecuencias? Los viticultores de la región tienen algunas ideas...
Aumento de las temperaturas, cosechas cada vez más tempranas, uvas más maduras... Incluso los escépticos acérrimos se ven obligados a ceder ante la evidencia y unas cifras innegables: el calentamiento global en las regiones vitivinícolas francesas es una realidad. No solo en el soleado sur, donde los viticultores ya llevan tiempo luchando por mantener la frescura de sus vinos. Los efectos del cambio climático se dejan sentir también en los viñedos más septentrionales del país, como en la Champaña.
¡Movilización general!
Hasta hace poco, los viticultores de Reims o Épernay veían este fenómeno prácticamente con buenos ojos, ya que los años en los que sus uvas tenían dificultades para madurar eran cada vez más escasos, pero ahora que la tendencia no muestra signos de desaceleración y las temperaturas medias siguen subiendo, crece la preocupación en la industria del champán por la perspectiva de perder las cualidades características de sus famosos vinos espumosos, que se basan en la acidez y la vivacidad. La inacción ya no es una opción. El Comité Champagne, la asociación local del sector, se ha puesto manos a la obra. Por una parte, para no contribuir al calentamiento global; por ejemplo, controlando su huella de carbono. Por otra, modificando las prácticas de cultivo para adaptarse a las nuevas condiciones climáticas.
Soluciones en la viña
En la actualidad, se están estudiando varias soluciones, mientras que otras ya se han puesto en práctica. Una de las principales vías es la investigación sobre las plantas, que implica la rehabilitación de antiguas variedades de uva y, en particular, la creación de nuevas variedades que se adapten bien a un entorno más cálido. ¿La otra vía principal? La mejora de las vides. Un enfoque más limpio presenta claramente numerosas ventajas más allá de la cuestión medioambiental. El control químico excesivo de las malas hierbas contribuye a unos suelos cada vez más pobres, duros y compactados, lo que, a su vez, obliga a las raíces a crecer en horizontal, a pocos centímetros de la superficie. Completamente desprovisto de vegetación, el suelo queda expuesto directamente a cualquier fenómeno meteorológico que se produzca. Sin estos químicos, vuelve a la vida y, como resultado, las raíces de la vid vuelven a crecer hacia abajo. En las profundidades es donde sus raíces encuentran los elementos distintivos del terruño, aquellos responsables de las características únicas de un champán, así como la protección natural contra el estrés hídrico y otros fenómenos meteorológicos extremos. Los viticultores de la región también están estudiando prácticas agrícolas como la gestión del follaje y la densidad de plantación. De este modo, están experimentando con viñedos «semigrandes», con menos cepas por hectárea y más espacio entre ellas, para protegerlas mejor frente a la escasez de agua en los periodos de sequía.
Ajustes en la bodega
Como se puede ver, no hay una solución milagrosa para contrarrestar los efectos del cambio climático y mantener el equilibrio de los vinos de la región. Se trata más bien de tomar una serie de medidas, desde la viña hasta la bodega. Una de ellas es cosechar las uvas a primera hora de la mañana, cuando aún están frescas. Otra es no chaptalizar —es decir, no añadir azúcar en las barricas para iniciar la fermentación— cuando las uvas ya contienen suficiente de forma natural o evitar la fermentación maloláctica, que tiene lugar después de la fermentación alcohólica, ya que tiende a «ablandar» los vinos. Estas son solo algunas de las áreas técnicas que la asociación comercial ha puesto sobre la mesa. ¿El objetivo? Adaptar progresivamente los viñedos a la evolución del clima y preservar la identidad de los espumosos a la que deben su fama. ¡Champán!
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