Del huerto a la mesa: la historia de las ciruelas francesas
Piensa en la ciruela. Dulcemente ácida y rebosante de sabor, esta popular fruta de hueso de época estival es un básico en muchas mesas francesas. En Francia crecen docenas de variedades (mirabel, quetsch y reines-claudes, entre las más populares) en un arcoíris de bonitas tonalidades que van del amarillo y el rojo al azul y el verde.
No muy lejos de las antiguas ciruelas de Agen, vive Jérôme Capel. Jérôme trabaja junto a su padre en su huerto de Cazes-Mondenard, una bonita ciudad medieval de Tarn y Garona. Allí es donde se siente más a gusto, entre las imponentes sombras de los árboles plantados por sus antepasados.
Para los Capel, la ciruela es un asunto familiar. «Soy la cuarta generación [de mi familia] que trabaja en esta granja», sonríe Jérôme en una entrevista concedida a Taste France. «Para nosotros es importante haber trabajado juntos durante varios años para transmitir los conocimientos necesarios para producir ciruelas. Es una labor muy técnica, pero es un trabajo que me apasiona».
Una ciruela que innova
Gracias a esta pasión, ha logrado soportar los últimos años, plagados de dificultades. Desde 2021, la producción de ciruelas en Francia se ha enfrentado a varios retos. Los impredecibles patrones climáticos (incluidas heladas tardías y violentas tormentas) y el estrés hídrico han causado estragos en los huertos de todo el país, diezmado muchos cultivos y retrasado las cosechas. Esto ha provocado que la producción nacional se redujera aproximadamente a la mitad de lo habitual. Además, el aumento del precio de la energía ha afectado a todos los sectores, desde el riego hasta el transporte. Como consecuencia, el mercado de la ciruela francesa se ha mostrado particularmente volátil, con precios que fluctúan incontroladamente y una competencia que se intensifica.
Como muchos agricultores de ciruelas, Jérôme ha empezado a combatir estos retos con herramientas innovadoras para automatizar o simplificar el trabajo. Un ejemplo de ello se encuentra instalado entre los árboles. Se trata de un conjunto de instrumentos sensibles que miden todo, desde la temperatura hasta la humedad, así como las precipitaciones. Jérôme no puede controlar el tiempo (¡por ahora!), pero estas herramientas le permiten gestionar mejor el riego de sus cultivos, en este caso, controlando con precisión el riego en función de las necesidades de sus árboles. Afortunadamente, la cosecha de 2023 se ha recuperado, con unas 55 000 toneladas cosechadas, lo que se acerca a su potencial total.
A pesar de estos retos, Jérôme se sigue dedicando al cultivo de algunas de las frutas favoritas de Francia. De sus 60 hectáreas, 35 están dedicadas a las ciruelas, de las que cosecha unas 700 toneladas al año. Las hectáreas restantes se reparten entre manzanas y uvas de mesa. En cuanto a las ciruelas, cultiva unas 20 variedades diferentes de solo dos tipos: Prunus domestica, la tradicional ciruela de mesa francesa; y Prunus salicina, conocida como ciruela china, ya que es originaria de este país. Estas variedades se presentan en un caleidoscopio de colores: amarillo y rojo, principalmente, pero también verde y azul. «Las ciruelas verdes y azules son la variedad más antigua», explica Jérôme.
El arte del cultivo
Los Capel viven en función las estaciones. La producción comienza con la poda de los árboles a finales del invierno, y las primeras flores florecen a principios o mediados de la primavera. Si todo va bien, a mediados de mayo y hasta bien entrado junio, Jérôme y su equipo empiezan a hacer el raleo de los árboles. «Si una rama tiene demasiados frutos, no puede nutrirlos todos adecuadamente», explica. «El resultado es un producto sin mucho azúcar, así que, para mejorar la calidad gustativa, retiramos a mano los frutos más pequeños de cada rama para asegurarnos de que cada uno recibe la cantidad óptima de energía por parte de la planta».
Normalmente, las ciruelas llegan al momento óptimo de madurez entre julio y septiembre. «Las probamos, así de fácil», ríe Jérôme a modo de explicación. La cosecha se hace a mano. Cada pieza de fruta se selecciona cuidadosamente gracias a una vista y un tacto bien entrenados. Luego, se almacena en un espacio fresco y refrigerado a menos de un grado. «A esta temperatura logramos mantener la calidad de la fruta», explica Jérôme. «Se almacenan durante tres semanas antes de transportarlas a las tiendas de toda Francia y del extranjero».
Ciruelas como estas se han ganado una reputación de excelencia en la escena internacional. En 2023, las exportaciones francesas aumentaron un 28 % con respecto al año anterior. Bélgica, Suiza, los Países Bajos y el Reino Unido (RU) encabezan la lista de mayores importadores, con los Países Bajos y el RU duplicando sus importaciones desde 2022. Por el contrario, y por pura coincidencia, las importaciones francesas disminuyeron un 28 % en 2023, quizá debido a la recuperación del sector.
Pero, al margen del impacto económico, la producción de ciruelas es en gran medida un esfuerzo humano. A ojo de buen cubero y cosechadas à la main, las ciruelas requieren una mano cuidadosa y mucha paciencia para cultivarlas. Los ciruelos pueden tardar años en madurar y empezar a dar fruto. «Lo que más me enorgullece de mi trabajo como arboricultor es crear un nuevo huerto», dice Jérôme. «Plantar un arbolito y llegar un día a su primera cosecha y recolectar sus primeros frutos es algo que me ha impulsado desde que empecé, y sigue siendo así».
El consumo francés
Dado que se cultiva desde hace siglos, no es de extrañar que esta fruta aparezca en numerosas recetas tradicionales: desde las sencillas y untuosas mermeladas y conservas tan populares en Occitania, pasando por el dulce clafoutis de Limousin, hasta el licor Mirabelle de la región de Gran Este. A la hora de consumir ciruelas, la clave está en seleccionar la pieza perfecta. Para comerlas frescas, deben tener la piel intacta y ceder al tacto, sin estar demasiado blandas. Por supuesto, son maravillosas por sí solas, pero también son un excelente complemento para ensaladas o tartas.